lunes, mayo 11, 2009

CIRO ALEGRIA Y YO


A propósito del centenario de este gran narrador


La campana oxidada y grave de la escuelita de mi pueblo pequeño repicaba con su sonido que sabia a risa antigua. En ese instante apurábamos nuestros pasos escolares. Nuestros zapatos llenos de polvo nos llevaban a prisa al patio de la escuela. Corríamos con nuestros morrales con dirección al colegio fiscal y mamá en la puerta nos alzaba la mano como una paloma blanca de ternura. Era lunes y la formación esperaba completar su larga cola de serpiente caqui. Ahí, estábamos con nuestras cristinas, galones, y la infaltable corbata negra saludando marcialmente la bandera que flameaba sobre un torcido palo de eucalipto. No importaba era, lunes y nuestra expectativa estaba ahí, ansiosa al menos eso parecía. En el cielo limpio celeste un sol sonriente empezaba a brillar sobre nuestras cabezas. En ese instante se mezclaban al aire puro de la mañana que olía a leche y bizcocho serrano. Un profesor de engominado cabello con su voz sonora y grave decía: Atención! ¡!Columna a cubrir¡, ¡Descanso! Y los brazos se alzaban como alas de cernícalo. La risa y el fastidio de los chiuchis se dejaba sentir en el patio escolar. Ya pues, no cosquilles, oye no jodas…. Y tras , raz. chaz . Silencio ahí, que pasa gritaba la voz golpeando nuestros oídos. Alumnos atención y se dejaba escuchar el marcial Himno … Somos libres seámoslo siempre ¡ Viva el Perú! . y largo tiempo el peruano….. ¡Viva el Perú carajo ¡ y los aplausos volaban como mariposas asustadas provocando un tumulto de inocencia escolar. Al rato el Director tomaba la palabra y sermoneaba bla, bla y blannn. Mas tarde, todos nos sumíamos en el silencio sacro al escuchar: el padre nuestro que estas en los cielos. Terminado ese acto manteníamos cierta tranquilidad ya que como cada lunes de formación esperábamos la lectura de un capítulo de un libro que se movía en las manos del profesor Párragez. Esperábamos con ansias esa lectura vívida de ese profesor que le ponía emoción a su lectura, Realmente al escucharlo sentíamos y creíamos ser parte de esas historias que de lunes a lunes nos llenaba los oídos y se escribía en nuestros ojos. En nuestro pueblito no había televisión, a las justas sabíamos que existían una que otra radio a pilas y en razón de ello nuestra quietud se reservaba para escuchar la historia de cada lunes. No era un plan de lector, sino una actividad de lectura viva. Tan nítida era la voz de ese profesor que al escucharlo vivíamos nuestro propio cinema. Escuchábamos pasmados la historia del Simón Robles de su familia, de sus perros, del Wuanka, de Hueso, Pellejo, de Rafles, de la casa hacienda del Misti, de la sequía, de la tristeza de los campos secos, de la muerte, del amor filial, de los cuentos del puma de sombra , de los bandoleros muertos por comer papaya verde, del culebrón, de las procesiones, de la lluvia buena, de la Antuca esperando el amor en la puna, de las ovejas. Realmente difícil de borrar esas historias que fuimos escuchando lunes a lunes. Así, fue incluso con otros libros. Luego de esa media hora de lectura en nuestras cabezas se confundían las historias de perros y hombres. A la salida volvíamos a nuestras casas por las calles empedradas corriendo entre el olor a cedrón y retamas. A veces nos cogía la lluvia buena. A veces nos cruzábamos en el camino con los perros ovejeros y sus pastores que se iban a la puna. Y en mi caso, volvía a vivir la historia con mayor fuerza y ahí, miraba los ojos de la wuarmi Antuquita. Muchos años después al llegar a Lima en mi condición de migrante y al estar en secundaria llegue a conocer al autor de las historias que habían marcado mi niñez. Era Ciro Alegría Bazán y el libro que había “oído - leído” en la voz de mi profesor se llamaba Los Perros Hambrientos. Luego el profesor Limay otro tigre de la Literatura me prestó El mundo es ancho y ajeno, y la serpiente de Oro y lo que paso después de esa lectura es otra historia más intensa entre Ciro Alegría y yo. (RJP)

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