Se pretende que las personas lean. Se experimenta con
planes de lectura. Se moviliza en los colegios la comprensión lectora. Se lanzan directivas para que los profesores de comunicación
reviertan los problemas de lectura. Y los “especialistas” en capacitaciones seguirán
en sus negocios para enseñar a “comprender textos” o al menos
se convertirán en “animadores de la lectura”. Pero la actividad de real
de LEER no podrán ejercerla. Menos aún, hoy que Quilca, el bulevar de los libros ha sido
destrozado irracionalmente por un desaolojo. Dicen que la propiedad es de la
poderosa iglesia, y en nombre de Dios se justifica la limpieza. Ahora, los que
comprabamos libros, los que caminábamos buscando novedades bibliográficas nos
sentimos “asesinados en nuestra pasión”. Un país, que tiene problemas de
lectura anula un lugar donde se venden libros. Un sesudo “justificador” abogado o interesado en el “vil dinero” de
este hecho podrá decir “pueden ir a librerías”
en Miraflores o San Isidro. Pero la verdad, los que caminamos, los que
amamos los libros teníamos en Quilca el lugar donde pasábamos horas “consultando”
novedades librescas. Pero hoy, han matado la cultura. Quilca está de duelo.
Acaso, estamos asistiendo a la “limpieza” de otros “huecos de libros” en el
jirón Quilca, Camaná, Wilsón. Incluso estén pensando en la librería más grande
de Lima que es Amazonas. Dios nos coja confesados si acaban con los libros y
los libreros en nombre del “orden y la formalidad”. Adiós libros, adiós Quilca.
Declaremos la guerra a la idiotez, a la intolerancia medieval de la iglesia, de
sus iluminados mitrados. Declaremos la guerra a las “autoridades municipales” y
de la otra fauna (ejecutiva, judicial, policial etc) por su “oscura” idea sobre librerías, libros, libreros, lectores.
Adiós Quilca. La guerra de los lectores está declarada. Arriba la cultura,
abajo las “burradas”.
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