jueves, enero 22, 2009

NARRATIVA CANTUTEÑA


De un tiempo a esta parte Guillermo Serpa Granados; estimado profesor de literatura de la Universidad Nacional Enrique Guzmàn y Valle entrega a sus potenciales lectores unas hojas sueltas que contienen su trabajo literario. Son relatos y cuentos, donde notamos una madurez narrativa que llama nuestra atención. Especialmente por esa pulcritud y concisión minimalista de las historias que realata. Por la cual, desde aquí como lector le sugerimos que entregué a los talleres gráficos un nuevo texto de cuentos. Con anterioridad Serpa había publicado un hermoso libro bajo el titulo de Yanamisi (Lunazul ediciones, 2002) donde en la brevedad de 12 cuentos ya se percibía ese cincelamiento de la palabra a pesar de referir espacios andinizados. Cada historia era contada sin mucha hojarasca descriptiva. Como siempre pasa en nuestro país el libro pasó desapercibida por la “Critica literaria de nuestro país”. La parquedad en su forma de ser como persona quizás haya influenciado para que su libro no haya merecido una recepción valiosa. O quizás esa lentitud por escribir espaciadamente. Tenemos noticias que con anterioridad había dado a conocer breves textos en dos libros colectivos: Cuentos Huancavelicanos (1975) y en la voz del trueno y el arco iris 2000. En todo caso para aquilatar su trabajo aquí transcribimos un relato que cayo en nuestras manos.




CONFUSIÓN

Guillermo Serpa Granados

Oscurecía lentamente. Yo tenía apuro en llegar. De manera que en vez de tomar un micro, fui a la estación de colectivos; así ahorraría más de la mitad de tiempo.
El auto estaba vacío. Me senté en el asiento posterior al chofer a esperar que se llene. Sabía que en estos casos hay que tener un poco de paciencia y suerte. Al frente, las tiendas empezaban a prender sus luces. No llegaba nadie. Calculé que de todas maneras me convenía seguir esperando. Ojeé una vez más el diario, pero la lectura ya se hacía difícil; entre impaciente y aburrido miraba la calle por si algún transeúnte enderezaba hacia el auto. En eso, creí ver en el espejo retrovisor la imagen del chofer, que hasta ese momento no me había dado cara. Rostro de viejo, las patillas blanqueando y los ojos algo hundidos. Noté cierta curiosidad impertinente en la cara que también me miraba. Para justificar ese encuentro le iba a hacer un comentario sobre la hora y la escasez de pasajeros; en eso reconocí que el rostro que creía del chofer era el mío.

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