domingo, enero 24, 2010

JOSE MARIA ARGUEDAS: ESCRITOR Y DOCENTE


Este pequeño artículo en homenaje a los 99 años celebratorios del genial escritor José María Arguedas.










Por: Raúl Jurado Párraga


José María Arguedas es el gran escritor cuya vigencia en la actualidad es ineludible. Pero a la vez, fue, un docente innovador de la práctica educativa. Este enunciado inicial y manido me sirve para desarrollar algunas ideas sobre el trabajo educativo del gran novelista peruano. Una educación sustentada en el desarrollo de la etnología que fue una constante en su trabajo como antropólogo. Pero el interés de nuestro trabajo no desea ver ese lado sino al Arguedas interesado en la práctica y recopilación de la vasta tradición oral peruana: Discursos que van desde muestras testimoniales del arte popular (alusión en artículos a la cerámica, vestimentas, fiestas, instrumentos, etc.) canciones y trabajos sobre wuaynos, carnavales, interpretes, etc.) O a las expresiones cuturalistas ligadas a la religión, el rito y a la literatura oral propiamente dicha (cuentos folclóricos, mitos, leyendas, lírica, etc.). Obviamente tampoco pretendemos agotar el tema sino entender en lo posible la relación de una labor importante del José María Arguedas interesado en el rescate de la etnoliteratura desde su postura de maestro.

La relación de la educación con la etnoliteratura en Arguedas es un signo de rescate permanente del imaginario cultural andino. Acaso, Arguedas ha construido la imagen del sujeto que posibilitó la “traducibilidad” del espacio andino en todas sus manifestaciones. Así como también en la aplicabilidad de las diversas categorías que estas poseen. Para ello Arguedas incide en su experiencia docente y monitorea a sus discípulos hasta lograr con ellos un registro no sólo de creaciones individuales sino del rescate de la memoria cultural de los pueblos andinos (léase por ejemplo el folleto "Pumacahua", 1940 que es un documento de esa práctica de acopio y creatividad de sus alumnos; resaltan en sus 32 páginas canciones populares, cuentos, poemas, fiestas y costumbres del Cusco. No hay que olvidar que esta experiencia fue realizada en el Colegio Nacional Mateo Pumacahua de Sicuani, donde laboró Arguedas). Y lo que llama la atención es como, el propio Arguedas organiza, desarrolla y muestra un trabajo final utilizando una didáctica centrada en la construcción de un conocimiento de “la intimidad espiritual del pueblo” no sólo es un despertar de una creatividad de los alumnos sino una identificación con el contexto en la cual se gesta este documento. Una prueba mucho mayor y a nivel personal se puede leer en diversos trabajos realizados por Arguedas como por ejemplo en: Canto Keshwa, 1938 (21 canciones folklóricas de la zona de Ayacucho) en Canciones y cuentos del pueblo quechua, 1949 (28 canciones, 9 cantos de trilla y 9 cuentos hermosos en donde resalta: El torito de la piel brillante, la amante de la culebra, el joven que subió al cielo, el jefe del pueblo y el demonio, la amante del cóndor, el negociante de harina, Isicha Puytu. O en el libro colectivo editado junto a Francisco Izquierdo Ríos bajo el título de Mitos, leyendas y cuentos peruanos, 1947, 1970 (contiene 2 mitos, 51 leyendas y 10 cuentos de la sierra, 16 leyendas y 22 cuentos de la selva y 20 leyendas de la costa. Un trabajo de recopilación de la vasta tradición oral realizada por alumnos en su mayoría del Colegio Miguel Grau de Magdalena. Etc. En estos trabajos no sólo hallamos la intención de un etnólogo que recopila diversas expresiones literarias sino otras que reciben el nombre genérico de folklore.


Arguedas pone en acción una práctica profesional desde su postura de antropólogo que lo vincula a un accionar educativo haciendo que los discursos recopilados sirvan como registros de una cultura importante que debe mantenerse ampliando su canon de oralidad a través del uso de la escritura. Arguedas ensaya una práctica importante dentro de la etnoliteratura registrar todo lo reconocible como estatuto quechua- andino, y con ello lograr un sentido hermeneútico que debe conducir a un saber apoyado en lo que Arguedas llamó el método cultural. Validar el idioma y dentro de ella expresar la intimidad de nuestra cultura hoy mestiza e hirviente.
El rostro poliforme del Arguedas: Antropólogo, etnólogo, educador, escritor, poeta, acaso se conjugan para crear un trabajo que totaliza dentro de su hetereogenidad las diversas caras de una cultura peruana de resistencia. Donde se nota con mayor claridad éste hecho es en esa preocupación de tratar por todos los medios de “mostrar” la vasta tradición cultural que corresponde muchas veces a la llamada tradición oral que adquiere una sistematización mediante la etnoliteratura. José María Arguedas desde su posición de maestro ejerce esa práctica de manera constante y consciente. Como se dijo al comenzar no sólo inaugura las prácticas etnoliterarias sino que además éste hecho le sirve para realizar un importante magisterio. Puede leerse por ejemplo: Nosotros los maestros. Editorial Horizonte, 1986. (presentación y selección de Wilfredo Kapsoli) donde Arguedas da noticia de experiencias singulares e incluso diseña una teorética educativa (llámese: didáctica, metodología, enseñanza, juicio de valor, etc.) que lo lleva a logros de un aprendizaje significativo en el plano de la literatura oral peruana.

En tal sentido Arguedas es categórico en su labor de maestro y dice que la:

“. Educación no se resuelve mediante un método sino mediante el conocimiento de la cultura, de las costumbres de cada pueblo, por que somos un país muy mezclado, un país mestizo en cuanto a creencias, en cuanto a concepciones morales, políticas; en fin, somos un país que todavía no ha acabado de definirse.”

Se nota la lucidez de Arguedas y ahí radica la esencia de su permanencia no sólo como escritor sino como maestro. Hay que conocer la cultura de un pueblo en su totalidad, organizar un conocimiento integral de sus prácticas discursivas. Acaso, sistematizar el estudio de las “literaturas regionales” enfrentando centro y periferia no como síntoma de diferencia de culturas sino en la posibilidad de integrarlas y conocer mejor nuestra identidad cultural.

Hablamos de reconocer y mostrar discursos representativos de diversas regiones Antonio Cornejo Polar nombraba un Sistema de las llamadas literaturas étnicas, pero no llegó a definirlas con claridad. Por eso, es urgente la revaloración y conocimiento de expresiones regionales de literatura. Existen en provincias centros importantes de cultura. Lima ya no es el Perú, ni el jirón de la Unión es el Palace Concert existe el jirón Gamarra y el Muelle pub. Ya no, más centralismo cultural los núcleos regionales de literatura están mostrándose. Cuesta cambiar de mirada, pero hay que hacerlo antes de quedarnos ciegos. En este aspecto se plantea para el plano educativo la posibilidad de hablar de un curriculum variado y flexible entendido instrumento de cambio. José María Arguedas muestra esos pasos iniciales al recuperar nuestra memoria colectiva, mediante el rescate del mito, la leyenda, la música popular, la canción, etc. Arguedas traza una etnología global del área andina y lo liga a la educación como principio renovador y dialéctico no en vano traza ideas en torno a una antropología pedagógica. Wilfredo Kapsoli apunta con claridad este aspecto:

José María Arguedas recomienda conocer el contexto social en el que realiza la educación. Saber diferenciar las costumbres y los valores de cada región porque esta diversidad de creencias perfila el modo de ser de cada persona. Conocer esta realidad es un arma importante para el educador”

Este hecho nos lleva a pensar que la práctica de educador que ejerció Arguedas en distintos niveles se emparenta a una tarea constante de pensar la educación no sólo como un asunto de relación alumnos versus maestros sino como práctica corporativa dentro de la diversidad cultural. Como enseñar sino se define primero que se debe enseñar y como hacerlo. Arguedas fue consciente en su preocupación por vincular estos hechos por eso realizó un diagnóstico de cómo se miraba el colegio así nos dice:

“.. y el colegio era siempre un local grande donde profesores y alumnos nos encerrábamos para estudiar tantos cursos, (pero) de lo que pasaba y de lo que había fuera de este local nunca hablábamos”

La postura arguediana responde a la construcción de un nuevo centro esta vez, debe entenderse la enseñanza en otros términos especialmente basado en un trabajo no exortativo, ni informativo sino en la idea de actualizar lo que se dice con la práctica en sí. Vale decir, que Arguedas al plantear una experiencia de trabajo real cuestionaba seriamente la educación tradicional y se acercaba sin mucho aspaviento a ser incluso un adelantado de la “modernidad” educativa entendida desde la prédica del tan manoseado informe de J. Dellors en sus postulados de “ Aprender a hacer” para llegar a “aprender a ser”.


El hacer arguediano es estudiar, valorar, analizar con los propios alumnos en trabajos etnoliterarios toda la riqueza de nuestra cultura popular para llegar con ello al logro y reconocimiento de los sujetos con relación a la producción de sus propias expresiones que son la muestra viva de nuestra cultura.


El autor de los Ríos Profundos no sólo es un preocupado por el sentido práctico de recopilar o trabajar apasionadamente sobre nuestra cultura sino que ante todo es consciente de su papel como educador, no en vano siempre se ve a Arguedas luchando contra grandes presiones que él denuncia o contesta públicamente como lo hizo con el señor Salazar Romero a propósito de la reforma educativa y la implementación de un curso de sociología. Arguedas concluye con ideas contundentes de clara llamada al orden así dice:

imploremos al Ministerio a fin de que nos se hagan las cosas en los gabinetes y únicamente por los hombres de gabinete. Que llamen a quienes además de ser sabios, conocen este país en el que hay tantas singularidades y pueblos que merecen todos el mismo respeto, tan múltiples tipos de limitaciones y de virtualidades que es necesario conocer a fondo para saber dirigir y mandar. Y entre los que sólo son sabios” y los que conocen el país debiera preferirse, en último caso a los últimos, cuando se trata de legislar.”
Pero Arguedas crítico del sistema educativo y, de los sujetos que lo conforman no se calla y señala incluso con cierta vehemencia frases duras contra estos; sugiero leer algunas cartas que dirige Arguedas al poeta Manuel Moreno Jimeno, especialmente aquellas donde el escritor noticia la gestación de la revista Pumacahua donde se halla el trabajo práctico de etnoliteratura, creación y educación. Como muestra me atrevo a citar lo siguiente:

Estoy luchando terriblemente por sacar la revista. El Director de este Colegio ya te dije es un imbécil, pero además es uno de esos aventureros extranjeros, que turruneros o mozos de hotel en su país, aquí llegan con ínfulas de doctores o sabios; creen estar en una país de cafres, y a base de adulación inmunda a las autoridades y gentes de influencia se trepan y se mantienen en puestos de importancia. Este tipo es uno de esos.”

Todo acto de compromiso de trabajo si no es comprendido termina por derrotar al sujeto que lo inicia, Arguedas tuvo esa experiencia traumática que desencadenó un sentido de orfandad y frustración que lo llevaría al suicidio. En misivas dirigidas a John Murra también se nota ese desencanto así extractando algunos párrafos hallamos lo siguiente:

Los verdaderos maestros universitarios están aislados y por entero a merced de esta mayoría oscura sin ideales”

“todas las luchas por intereses me hacen sufrir, pero ésta entre profesores, entre hombres de ciencia me parece pavorosa y la más antihumana y absurda. Y San Marcos no es en ese sentido una olla de grillo sino de hienas”

Arguedas es consciente de que el “aprender a vivir juntos” conociendo y valorando lo nuestro es un trabajo que aún enfrenta elementos duales: Autoritarismo/ democracia; desconocimiento / conocimiento, Etc. Pero ante todo ello hay que batallar para instaurar una “voz educativa” sustentada en trabajos coherentes de rescate a lo largo de una vida. Para ello no hay que olvidar que nuestro Arguedas aprovecha la experiencia personal que él tuvo como alumno que fue de alguna manera inútil donde según cuenta algunos de sus:

“... profesores llegaban a la clase con veinte minutos de retraso; diez minutos empleaban en pasar listas, y el resto; bostezaban o dictaban algún curso antiguo que los alumnos teníamos que copiar durante todo el año. La otra mitad de los profesores explicaban todas las cuestiones de sus cursos que el Plan Oficial indicaba, se ceñían al plan con fidelidad militar.”

Argumenta más adelante la inutilidad de memorizar algunos relatos escuetos del pasado o memorizar datos inservibles, no haber leído un libro durante los cinco años de instrucción. No se experimentaba lo que se hablaba. Existía un divorcio entre profesor y alumnos. Con toda esta lectura que hace Arguedas del espacio educativo en la que se movió entiende que al ejercer magisterio otra debería ser su propuesta. Plantea la investigación guiada por el profesor para que sean los propios alumnos quienes hallen lo que necesitan comprender mejor. Arguedas plantea la idea de orientar la práctica educativa es decir:

“ ... despertar en los alumnos la inquietud de investigar por cuenta propia, es decir, el despertar en la conciencia del alumno una íntima y profunda necesidad de saber, y un interés exigente de conocer a su país. Inquietud e interés que en un país como el Perú, resultan indispensables
Arguedas múltiple como sujeto ensaya una metodología para lograr sus metas. Parte de la lectura plural de libros, artículos, poemas sin distinción, luego pasaron a la interpretación para llegar a producir sus propios trabajos. Arguedas organizó si se quiere la secuencia siguiente para ligar el acto educativo a la etnoliteratura o viceversa:

a) Motivación sobre la cultura nacional, regional y universal (parte expositiva)

b) Planteamiento de objetivos o competencias a lograr.

c) Diseño secuencial de la clase o fin propuesto.

d) Lectura variada de textos de diversa índole. ( lectura – comprensión – debate – juicio de valor – escritura crítica)

e) Trabajo de campo diseñada y monitoreada por Arguedas (posible uso de fichas etnográficas de recopilación para fijar datos del informante, del relato o texto, de la zona, etc.) al respecto el propio Arguedas dice que eran “ más alumnos en la calle que cuando estaban sentados en su carpeta”

f) El trabajo de campo consistía en la observación y el registro de todas las actividades culturales de la zona mediante la escritura - reseña – fotografía – descripcción oral – dibujo; Etc.

g) Trabajo en aula lectura de los informes, debate y aportes.

h) Publicación de los textos recogidos.

Como se habrá podido notar estamos frente a un escritor que no sólo se vincula a la educación desde la posición del maestro, sino que se apoya en sus otros rostros: el antropólogo, el folklorólogo, para crear un trabajo integral de rescate de nuestra cultura. Nadie puede negar la actualidad de Arguedas en términos educativos, ni siquiera atreverse a dudar que su propia vida que es un modelo de conducta en términos de trabajo multiforme sobre diversos tópicos de nuestra hetereogenidad cultural. Por eso lo que hasta aquí se ha dicho no es otra cosa más que entender con sencillez que “la plaza es corazón para el pueblo, ahora está llena de alegría. ¡Y ahí están, mistis, mestizos y cholos cantando con la misma voz la misma alegría! Es pensar que la plaza arguediana es el centro donde nacen los nuevos limeños y dentro ese círculo nace nuevas rabias y nuevos sueños y educar es en el fondo mismo enseñar a cambiar de conducta para tener como quería Arguedas un reino de generosidad para hablar y sentir sin que nos coloquen máscaras de mezquindades e injurias.

Bibliografía Utilizada


Arguedas, José María. Nosotros los maestros. (Presentación y selección de Wilfredo Kapsoli) Lima, Editorial Horizonte, 1986.

Cornejo Polar, Antonio. Los universos narrativos de José María Arguedas. Bs. As. Editorial Losada, 1973.

Forgues, Roland. José María Arguedas la letra inmortal correspondencia con Manuel Moreno Jimeno. Lima. Ediciones los Ríos Profundos, 1993.

Forgues, Roland, Antonio Cornejo Polar y otros. José María Arguedas vida y obra. Lima. Amarú Editores, 1991.

Montoya, Rodrigo (compilador) José María Arguedas veinte años después: Huellas y horizonte 1956-1998. Lima. Ikono Ediciones y UNMSM, 1991.

Murra, John V. y Mercedes López-Baralt. Las Cartas de Arguedas. Lima. PUC. Fondo Editorial, 1996.

Muñoz, Silverio. José María Arguedas y el mito de la salvación por la cultura. Lima. Editorial Horizonte, 1987.

Varios. Recopilación de textos sobre José María Arguedas. La Habana: Casa de las Américas, 1976.








A mí me echaron por encima de ese muro, un tiempo, cuando era niño; me lanzaron en esa morada donde la ternura es más intensa que el odio y donde, por eso mismo, el odio no es perturbador sino fuego que impulsa”.

José María Arguedas










jueves, enero 07, 2010

PIRATAS DE LA CREACION LITERARIA


El cuento El juego de las letras, logró una mención honrosa en el Concurso Ira. Bienal de Cuentos para Niños, convocado por el ICPNA, el año 2004. Dicho evento estuvo presidido el Dr. Ricardo González Vigil. La autora del cuento ES y SERA la escritora Elvia Bravo Heredia quien presentó dicho cuento con el seudónimo de Cordelia. Sin embargo, el año 2009 6 años después, el mismo cuento, un poco “maquillado” aparece editado bajo el nombre de "El ladron de monosilabos", es decir es “pirateado” por el Sr. Ángel Pérez Martínez, y en el colmo de la desfachatez gana el Concurso Barco de Vapor convocado por la Editorial San Marcos. No hay duda Don Alfredo Bryce tiene seguidores. Para la lectura “sosegada y reflexiva” transcribimos el cuento en su versión ORIGINAL para que lo cotejen con el cuento maquillado


EL JUEGO DE LAS LETRAS


Por: Elvia Bravo Heredia

Matilda se frotaba una y otra vez los ojos para ver mejor. La niña creía que estaba quedándose ciega o algo por el estilo, pero no, no era cuestión de sus ojos, realmente en las páginas de su libro había cada vez más espacios en blanco. Era imposible seguir leyendo; las frases y las palabras estaban incompletas. Encendió su lámpara de mesa y acercó más la carita al libro. Vio entonces que las letras se movían, estaban cobrando vida y muchas de ellas, desprendidas de sus lugares, ya habían empezado a caminar con unos pies pequeñitos como patitas de mosca. Eran las minúsculas que, algo mareadas y sin orientación -pues parecían bebés que recién estaban aprendiendo a caminar-, chocaban entre sí y empujaban a las mayúsculas. Estas, asustadas por el alboroto, se dieron cuenta de que algo extraño estaba pasando con sus hermanas menores.
Pronto, las inquietas minúsculas, especialmente las vocales, fueron adquiriendo seguridad al darse cuenta de que podían mover sus piecezuelos como mejor querían. Así, se pusieron a corretear por todos los espacios vacíos, de arriba para abajo, de abajo para arriba, del centro para afuera y de afuera para el centro. Las mayúsculas también se dieron cuenta de que podían mover los pies y se pararon como pudieron, pues las pequeñas, que no se estaban quietas ni un instante, las atropellaban sin la menor consideración. Algunas consonantes menos avivadas que otras recibían pisotones y empujones sin darse mucha cuenta de lo que estaba sucediendo.
Las más grandes empezaron a preocuparse por los vacíos que iban quedando a sus costados y se pusieron a caminar por entre el desorden para inspeccionar el estado de las cosas, mientras Matilda hojeaba las páginas de su libro rápidamente, para ver si ocurría lo mismo con todas. Comprobó que el alboroto era generalizado. Las vocales y muchas de las consonantes minúsculas estaban correteando de página en página, dejando lugares blancos en unas y manchones en otras. El espectáculo le causó un gran asombro.
Las mayúsculas, después de haber recorrido varias páginas, se dieron cuenta de todo el barullo que habían armado las minúsculas, aprovechando un pequeño descuido de Matilda. Se pusieron muy serias ellas y con las manos en la cintura miraban los espacios que habían quedado en blanco. Algunas consonantes, tímidas y desconcertadas, miraban para todos los lados y al ver que podían ser atropelladas se iban arrinconando en los surcos del libro abierto. No era para menos, las letras amotinadas estaban sin control, hasta se habían atrevido a salir del libro. Muchas bajaron a la mesita de la niña para seguir corriendo y saltando.
Matilda seguía mirando todos los movimientos. Por algunos momentos estuvo desconcertada, pero después se le ocurrió que la situación se estaba poniendo amena, que era gracioso ver cómo muchas de las letras corrían con sus patitas de mosca por las páginas, mientras otras miraban con las manos en la cintura y otras se arrinconaban asustadas. No estaba nada mal el espectáculo, hasta pensó en llamar a su mamá para que ella también se divirtiera, pero dijo “mejor no, talvez se asusta pensando que son bichos… con el miedo que les tiene… es capaz de matar a mis letras con un insecticida”.
Después de un buen rato de pasarlo divertidísimo, cayó en la cuenta de que las movedizas letras podrían echar a perder el cuento que estaba leyendo. “¿Y si se queda incompleto, justo ahora en lo más interesante?”, se preguntó preocupada. Cuando Matilda interrumpió la lectura, no por su propia voluntad, estaba en la parte donde el principito hablaba con la serpiente del desierto desde lo alto de un muro, en el que estaba sentado con las piernas colgando. Le decía a la serpiente ¿Tienes buen veneno? ¿Estás segura de no hacerme sufrir mucho tiempo?
“¿Qué irá a pasar con el principito?, nunca lo sabré si mis letras no regresan a sus lugares”, pensó Matilda. La situación no era para juegos, ella tenía que hacer algo para que no se eche a perder la historia. Había que atraparlas y ponerlas nuevamente en el libro para que se acomoden en sus lugares como buenas letras que eran. Quiso cogerlas por las patitas, pero el intento fue inútil, eran muy escurridizas. Entonces trató de juntarlas poniendo sus manitas en semicírculo, pero las muy vivas empezaron a subírsele por los dedos, como si fueran hormiguitas a las que se les ha hurgado el nido. Las minúsculas correteaban confianzudamente por la suave piel de la niña, recorrían todos sus dedos, las palmas y sus dorsos. Matilda sintió cosquillitas y riendo sacudió las manos, pero las bandidas estaban bien prendidas con sus patitas de mosca y en lugar de caer se le treparon por las mangas.
Al ver que sus traviesas compañeritas habían invadido la chompa de la niña dejando casi todas las páginas vacías, se les ocurrió a las mayúsculas, muy serias ellas, realizar una reunión para tomar medidas de control, pero no lograban entenderse. Se juntaron de una y otra manera para formar frases y oraciones en español, pero era inútil, no podían construir ninguna palabra completa. Intentaron hacerlo en otros idiomas, pero no les ligaba ninguno, ni el alemán, ni el francés, ni el checo; en realidad les faltaban algunas letras que sobraban entre las minúsculas. Estaban descorazonadas, no eran nada sin sus compañeras.
Se pusieron a pensar y pensar, yendo y viniendo por las páginas en blanco, con los brazos cruzados unas, con las manos en los bolsillos otras. Después de unos momentos de vacilación, se les ocurrió tomarse de las manos y fueron formando cadenas. Así se sintieron fuertes, capaces de poner orden. Mirándose unas a otras se hicieron señas para subir juntas a la chompa de Matilda. Llegaron hasta los hombros sin soltarse y desde allí bajaron con impulso. Era curioso ver cómo las cadenas de las mayúsculas empujaban a las minúsculas para abajo, con dirección a la mesita. Matilda no quiso interrumpirlas. Le pareció muy ingeniosa la manera cómo estaban logrando bajar a casi todas. Se inclinó hacia la mesa y para ayudar movió un poco las mangas como sacudiéndolas. Casi todas llegaron, algunas que se quedaron pegadas en las lanas de la chompita bajaron corriendo para alcanzar a las demás, al parecer, les asustaba quedarse aisladas.
Eran muchísimas las letras que caminaban por la mesa y como fueron obligadas a bajar de la chompa, estaban algo enojadas. Entonces, a una de las vocales o, la más osada, se le ocurrió que podían tener otras experiencias, por ejemplo, bajar de la mesa. Sin pensarlo más, se dirigió a una de las esquinas y vio que se podía bajar por la pata de la mesa. Se lanzó, sin más ni más, corre que corre hacia abajo. Al verla, las demás letras minúsculas quisieron hacer lo mismo. Matilda aterrorizada gritó: “¡no!, ¡al suelo no, por favor!, podría pisarlas”. Las mayúsculas, siempre tan razonables, se dieron cuenta del peligro e inmediatamente formaron una cadena en todo el borde de la mesa. De esta manera pudieron contenerlas, salvo a una que otra avivada que pudo escurrirse. La o que había sido la primera en bajar, se dio cuenta de que eran muy pocas las que le habían seguido hasta abajo, nada más una a, una e y otra o, otras pocas estaban prendidas de las patas de la mesa mirando con miedo hacia abajo. Entonces la cabecilla decidió regresar y las demás hicieron lo mismo, para alivio de la niña.
Agotadas por el esfuerzo de poner orden, las mayúsculas quisieron subir a las páginas vacías, pero no lograron hacerlo. Se echaron en la mesa como pudieron y apoyándose unas con otras, sin darse cuenta, así como les viene el sueño a los niños, se fueron quedando dormidas. También las consonantes minúsculas se sintieron extenuadas y fueron durmiéndose poco a poco.
La fiesta seguía para las vocales, que no parecían cansadas para nada. Seguían dando vueltas y vueltas. En cierto momento, cayeron en la cuenta de que no se habían comunicado, ninguna había dicho una palabra hasta ahora; en realidad, todo el alboroto había sido silencioso. Se les ocurrió que hablar entre ellas sería más entretenido; así podrían organizar otro tipo de juegos para continuar con la diversión. Pero... ¡qué decepción!, era imposible entenderse... sólo podían decir a, e, i, o y u. Ellas eran muchas, muchísimas, pero nada más les salía esos sonidos que por sí solos no quieren decir nada.
Entretanto, ya había caído la noche. Realmente, era bastante tarde para Matilda, quien, toda soñolienta, seguía sentada frente a su pequeña mesa, con la cabeza apoyada sobre los bracitos cruzados. Sus ojitos casi cerrados observaban el último intento de las vocales por comunicarse entre sí. Se habían enlazado unas con otras para probar si de esa manera podían decir alguna palabra. Todo lo que les salió fue ae, ai, aei, aue, aeo, eou y otras combinaciones, oiu, oiu, aea, aea, aiu, aiu, que les sirvieron para cantar rondas, hasta que se fueron haciendo cada vez más monótonas y tediosas.
La situación se tornó decididamente aburrida, poco a poco fue perdiendo la emoción de los primeros momentos y, por fin, las letras juguetonas no supieron qué hacer y se recostaron de cualquier manera. Una tras otra fueron cerrando sus ojitos. Era casi la medianoche.
La niña se acostó luego de que todas las letras se habían quedado dormidas. Tenía la esperanza de que a la mañana siguiente todo volviera a la normalidad. Semidormida pensaba que al despertar podría seguir leyendo su cuento como si nada hubiese pasado, "quizá todo esto ha sido un sueño, quién sabe... creo que a esta hora ya todo el mundo duerme, hasta las letras..." Apagó la luz y se acurrucó bajo sus cobijas. Afuera había un silencio casi total.
Las letras de los buenos libros no duermen mucho, deben estar todas en su lugar y muy atentas, porque casi siempre tienen encima los ojos de los lectores que quieren devorar cuentos, poesías, novelas... y las historias tienen que estar vivas. Por eso, a pesar del cansancio que sentían por la jornada alborotada, se despertaron pronto, junto con los ruidos de la madrugada, el ladrido de algún perro, uno que otro motor de carro y las dulces cancioncillas de las aves que sobreviven quién sabe cómo entre las hojas de los árboles llenos de smog de esta gastada ciudad.
Las mayúsculas, todavía confundidas por toda la agitación de la noche, fueron las primeras en despertar, miraban alrededor preguntándose y tratando de recordar cómo es que se había producido tanto desorden. Luego de unos momentos, también las minúsculas empezaron a despertarse. Desperezándose todas ellas con descaro, estiraban una y otra vez las patitas y los bracitos antes de ponerse de pie. Nadie había dormido bien después de la tarumba, todas estaban confundidas y con dolor de cabeza, aunque no sabían bien dónde tenían la cabeza ni cómo era el dolor.
¿Cómo empezó todo?... Se quedaron pensando un buen rato, como cuando las personas se despiertan en un lugar desconocido y tardan para ubicarse. Luego de unos minutos de desconcierto, las letras fueron recordando el viento frío de la tarde anterior, en los momentos en que un raro sol invernal cambiaba el color del cielo gris limeño. Una voz familiar llamó del piso de abajo, ¡Matilda!... y la niña dejó tal como estaba el libro que leía en la mesita, junto a la ventana abierta de par en par, y salió corriendo de la habitación. El viento, cada vez más fuerte y más frío, sacudió las páginas una y otra vez. Las letras sintieron como si las zarandeara un temporal o un oleaje que las llevaba con violencia de un lado a otro, al extremo que se fueron desprendiendo del papel. Las minúsculas, al parecer más livianas que las mayúsculas, fueron las primeras en salirse. Una vez que el viento pasó, cayeron en la cuenta de que podían seguir moviéndose por sí mismas. Al principio estaban muy mareadas y no podían tenerse en pie con facilidad. Después de unos minutos, ya pudieron caminar. Las minúsculas se entusiasmaron pensando en lo divertido que sería correr alguna aventurilla ya que podían desplazarse por sus propios pies, después de todo, ¿por qué tenían que estar quietas todo el tiempo, pegadas al papel y contando el mismo cuento?
Ahora, después de haber conocido el mundo, se dieron cuenta de que había sido divertido hasta cierto punto, pero se pasaron de la raya, por eso cayeron en la monotonía, el cansancio... Además, ¡habían dormido tan mal a la intemperie! Un poco arrepentidas pensaban que nada era mejor que estar en casa, todas juntas y colocadas de manera armoniosa, contando cuentos, historias, relatos, llenos de sabiduría, magia y fantasía, bajo los atentos ojos de alguien y sintiendo la tibieza de las manos que pasan las páginas una y otra vez.
El tiempo siguió su curso y la música de la madrugada fue haciéndose más intensa, entonces las letras decidieron subir al libro y acomodarse en sus lugares para continuar el cuento. Sin embargo, los estragos de la mala noche no les permitían pensar con claridad; no podían rearmar el final de la fantástica historia que estaban relatando. Todavía estaban corriendo de un lado para otro buscando el lugar adecuado, cuando sintieron que Matilda estiró los brazos fuera de sus cobijas. Precisamente hoy, a pesar de que estaba gozando de las vacaciones de medio año, se había despertado más temprano que de costumbre con la ansiedad de comprobar si todo lo que había pasado en su libro fue solo un sueño. Las letras se dieron cuenta de que la niña se estaba levantando rápidamente y, sin más, se dirigía a la mesita. Entonces se colocaron como pudieron, armando las palabras, las frases y oraciones que les parecieron correctas.
Matilda encontró su libro de bolsillo abierto en la página 100, precisamente donde se había quedado. Todo estaba en orden al parecer. “Las letras de mi libro corriendo... ¡qué sueño tan gracioso!”, murmuró, y enseguida continuó con la lectura de su cuento, sin quitar los ojos hasta el final. Todavía era muy temprano cuando cerró el libro. Se sentía muy contenta. “¡Qué bueno, el piloto de aviones mató a la serpiente del desierto y el principito se quedó con él!… Tal vez algún día pueda conocer aquel desierto”. En eso estaba cuando escuchó la voz de su mamá: ¡Matilda!...