Lurgio Gavilán Sánchez nos da a
conocer un texto testimonial. Memorias de
un soldado desconocido (Autobiografía y antropología de la violencia) Lima
IEP; Universidad Iberoamericana, 2012. Libro que nos da la posibilidad de
asistir a un relato “desde adentro”, que
relata los avatares de un hombre por la filas de Sendero Luminoso, El Ejército
Peruano, La Iglesia. Lurgio Gavilán desde estas memorias rescatadas de la
"interioridad" del sufrimiento, el dolor, la agonía, la utopía, la
muerte va mostrándonos el
"trascurrir" de su vida desde niño enrolándose a temprana edad a las filas
de SL (12 años) su enmascaramiento como
el camarada “Carlos”, su accionar como guerrillero, militante para más tarde
ser mando de una columna. En la primera parte de esta autobiografía vemos la
orfandad, y la ortodoxia del partido, la crueldad con la que se ensañan “los
mandos” con los militantes “Ya en la tarde, el mando político convocó a
la reunión, estábamos más de 120
guerrilleros. Cantamos himnos guerrilleros. Luego el mando político nos dijo: “En
nombre del leninismo, maoísmo y pensamiento Gonzalo, esta reunión es para
comunicarles que entre nosotros tenemos compañeros que han traicionado al partido y se han vendido,
por lo que esta noche morirán” (….) Atadas las manos con sogas de lana de
llama, lloraban y pedían perdón. Para el partido no existía perdón. (…) Después
del discurso de la muerte, fueron sentenciados a fusilamiento. Bajamos a una
quebrad en la noche oscura y fría de junio. Ajenos al dolor humano de los
compañeros presos, jalamos de soga cuando inútilmente intentaban escapar. La
tumba ya estaba cavada. Uno por uno fueron fusilados; antes de morir se
despidieron dándonos sus manos entre
lágrimas” ( P´gs.74-75) hecho que muestra la “violencia” la “crueldad” , la
insania del “PODER” que no respeta ni a quienes le sirven con fe ciega. También
nos enteremos al leer esta autobiografía de las incursiones, del ataque, a las
fuerzas del orden y muchas veces a los pobres campesinos que según ellos se
habían convertido en “soplones” y había que “castigarlos” con la muerte: “ Nuestros mandos siempre nos recordaban
que los comuneros de Yawarmayu se habían rebelado contra
nosotros, estaban con los militares, entonces ya eran yanaumas, por eso
teníamos que eliminar y desaparecer a esos chutus” (…) “cuando llegamos a su
campamento vi como los ronderos caían y
rodaban por el suelo en pendiente, destrozados por los plomos de las balas y
decapitados. Quemamos todas sus chozas. Los muertos estaban tendidos por todas partes” (pág. 71) Este testigo
por momentos, simple observador nos va
tejiendo cuadros de dolor, muerte y dramatismo que nos quedan grabados como un
libro lleno de “sangre” de muerte que enlutó absurdamente nuestro país. La
historia de Lurgio es en la parte que estamos comentando la historia “de la
orfandad” del militante, su tragedia, su hambre, su pobreza que conmueve. Tanto
dolor, tanta pena y no poder nada contra el poder de los mandos. Si bien
existe, una “mística” acerada por ser parte de un “proyecto utópico de igualdad” nos damos de cara al ver columnas de guerrilleros famélicos que sólo comían a
veces “sal con nevada”, guerrilleros mal vestidos, mal armados, con problemas
de salud, donde la “severa creencia en la ideología” del partido nos bastaba
pues, muchas de las veces se convertía en un fanatismo que lindaba con la “locura”
ese espacio donde la razón ha perdido la sensatez y la inteligencia. “Podíamos caminar descalzos, con piojos en
la cabeza, pero sin comer no se podía. Por eso pensábamos y soñábamos: cuando
triunfemos, ya en la vida del comunismo, comeremos harto” (pág. 88) utopía
y ortodoxia sin tiempo. Lurgio con su vida, y su relato de tristezas, y “alegrías”,
de muertes y “esperanzas”, de miedos y “amores”, de penas y “solidaridades” nos
regala una historia desnuda y cruda del verdadero rostro de un sujeto que ha
vivido en carne propia su “militancia y participación” en SL.
Para completar, el relato Lurgio nos lleva a otra “institución” de comportamiento jerarquizado y de rigurosa
presencia que es el ejercito. Nos muestra el accionar “represivo” que desarrollo
el ejército contra SL, y muchas veces contra indefensas comunidades. Lurgio en
este parte de su autobiografía tampoco se muestra complaciente sino que “muestra”
desde adentro los excesos que se cometieron frente a indefensos moradores de las
comunidades andinas de Ayacucho, las forzadas desapariciones de personas
acusadas de pertenecer a SL, el abuso y violación de mujeres, los patrullajes,
los interrogatorios en el cuartel “los cabitos”, los ejercicios, la vida dentro
del cuartel etc. Esta cita nos puede mostrar los que a veces se sabía pero no
se confirmaba. Pero ahí está la voz del testigo Lurgio que de “mando senderista”
ha pasado a ser informante, recluta, hasta llegar a ser monitor. “Esa vez, 1985 en la base de San
Miguel, decidieron matar a todos los que estábamos sic) como prisioneros, pues venía la
Inspección. Trajeron a las mujeres a la cuadra, y todos abusaron de ellas. Ellas
lloraban, “no nos maten”, dijeron, yo estaba también asustado. Como a la media
noche llevaron a las mujeres al campo
donde siempre nos formábamos. Todos
fuimos a presenciar su muerte. Ya estaba clavada la fosa. Dos tiros sonaron al
unísono y ellas cayeron muertas. Esta vez, no
era un error cometido, sino que venía la inspección y era mejor
desaparecerlas. Las metieron al hueco y las enterraron” (pág. 111) la mirada del testigo y actor al igual que en la primera parte va “mostrando”
las heridas de un país que entre los ochenta
al noventa ingresó a una espiral de violencia que esperamos que jamás se vuelva
a repetir.
En la tercera parte, Lurgio nos
relata sus peripecias después de haber dejado el ejército, sus deseos de seguir
estudiando, progresando y reconciliarse con sociedad. En esta parte Lurgio nos
relata su “tránsito” por la vida religiosa especialmente por la orden
franciscana. Un testigo buscando en la “vida espiritual” la paz, la “estabilidad
emocional”, la calma después de la tormenta. Despertar a la vida después de
haber rozado la muerte en los bordes de un fusil o de un cartucho de dinamita. Lurgio Gavilán testigo de época nos ha regalo
una “historia” inolvidable de muchas que
aún están por escribirse o quizás nunca se den a conocer y sólo se queden marcados con dolor en el
silencioso corazón de los hombres que viven escondiendo sus miedos en algún
lugar de nuestra patria.
Pero cuanto más se acercaba la silueta, la imagen de
mi hermano iba borrándose y en su lugar vi a un viejo canoso, con sus ojos de
vidrio. Seguro ese hombre fue el que nos alimentó y entonces pertenecería las bases de apoyo, a las masas de SL. Lo
saludé y me miró de pies a cabeza. Le pregunté : ¿ Usted habrá visto toda la barbarie cometida por SL y
el Ejército?. El anciano hizo silencio y solo me dijo: Rikuranim (He visto”)
Pág, 159.
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