Para : Martín Adán a los cien en poesía
La insolencia de tu lengua
fue la espada de las tardes que cortaba
el silencio imperturbable de las palabras.
Fue tu palabra el cuchillo cortando
El paraíso de Mitón o el Dante
la eterna y breve luz de la ceguera de Homero
fue sabiduría terrenal del poeta
o la frágil ternura
de un loba Ginsberiana que loquísima
había visto destrozar las cabelleras
más brillantes de su tiempo
en la lejana New York.
Tú, fuiste la mentira de la palabra Rosa
La enrojecida que por ser la misma rosa
destroza y roza
La estrechez de tu cuerpo de cuervo
La grandeza de tu saco tejida con cenizas
Y noches turbias.
Martín, las preguntas sobre tu vida
fueron tus zapatos
cayendo al mar
como insalvables botes
después de días de pesca
cuando tu vida quedó escrita
“la vida no se elige, la vida se padece”
fue la regla para no dormir
con el sol sobre el sombrero
aquel volcán
donde habían anidado los ángeles y
la niebla barroca barranquina
de tus `pensamientos.
Hoy cantan los pájaros asustados.
Martín hoy tu casa se ha poblado
de fulgurantes poetas relojeros
allá ellos con sus grandezas.
Martín, tu voz, acaso fue el arco iris
que abrazó tercamente el edificio
frágil de la noche
por eso aún los ciervos
son de seda.
Martín, quién más que tú
para dominar la soledad
la noche y el día
de vasos y palabras
de sueños y sabiduría.
Ahora Martín, eres la luz
que espanta la arquitectura de la rosa
la lengua y la razón que encandila.
Eres la misma calle ebria
neurótica por donde la poesía ladra
posándose en los hombros del mar
o impregnándose en la propia rosa
como escarcha de música
sobre la espalda de los gorriones
que rompen la puerta
de tu poesía
de tu casa de amores sucios.
Martín tu eres la arquitectura
del espanto ebrio
Eres el rojo del latido
Eres la arquitectura dibujada
En la locura
que nos asusta
nos alimenta
Eres el que seguirá
Tejiendo en el mar azul de la noche
la interminable fiesta eterna
de la poesía.
*** una primera versión de este poema fue publicada en la Revista de poesía la Tortuga Ecuestre (dirigida por el poeta Gustavo Armijos) el año 1999.
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