Raúl Jurado Párraga
En esta sección tratarè en lo posible de dar noticias sobre la destacada labor de los maestros, alumnos que han laborado en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle. Iniciamos esta sección con la obra de Wilde Torres Carraso; nacido en la lejana Huancavelica, quien publicó junto a Guillermo Serpa G. y Víctor Serpa el libro : “Cuentos Huancavelicanos”, para dejar luego un intenso y breve libro: “Tierra de Gavilanes” Se sabe que había escrito una valiosa novela que el tituló: “Soy cantuto.. y qué”. De cuya historia se ha tejido un mito cuyo secreto sólo saben los amigos más cercanos que tuvo este estimado profesor. Rastreando lo que consideramos parte de su obra que fue el sabroso, lúdico, irónico y crítico documento de aparición cotidiana en el campus universitario PROBOSCIDIO que noticiaba el quehacer académico-administrativo que sin temor a equivocarme forma parte de la otra historia de la UNE hallamos un fragmento de la novela que había escrito y lo damos a conocer a nuestros lectores para que aprecien su estilo. Una pena que nadie haya guardado el ejemplar completo de la novela y se la hubiera habrìa que tratar de editarlo.
CANTUTA, FLOR DE BARRANCO
WILDE TORRRES CARRASCO
“ Es la cantuta –según dicen- una flor de leyenda, espectáculo de color, forma y aroma, mimada antiguamente en ritos prodigiosos con presencia del Inca todopoderoso, señor de ríos, valles y bellas recogidas de lo más apartado del Imperio vasto? Flor abarrancada por matojos para soliviantar lanzones de guerra, eternamente cosechadores de gloria y grandeza? Flor para lucimiento de cabelleras trenzadas con esmero, útiles para enardecer lances de amores furtivos?
Puede que sí. Puede que no. Puede ser un río de mentiras o un mar de verdades. Quién sabe.
Pero allá está hoy, ¡mírenla!, diluvio de campánulas en rojo bermellón. Larga, muy larga trompeta de fuego, amarillita flor, rojiblanca, bandera peruana; ya naranja ribete lila y ya es azulenca, ya casi ceniza, ya casi rosa rosada y ya casi me canso tanto nombrar su cambiante faz.
De esa flor de leyenda, hoy queda poco ya de su grandeza. Hoy sólo es flor de barranco, lejos del ceibo y de la amapola, más allá del crisantemo, de la azucena y el gladiolo, la rosa, el pensamiento y el dondiego. Menos que el tulipán y la violeta; ni la mira la aguileña, ni el clavel le sonríe; siemprevivas, alhelíes, más narcisos y camelias y es nada entre azaleas, dalias y magnolias; las pasionarias, el lirio y hasta el mismísimo irupé –huraña flor de fango- la miran de soslayo.
La cantuta flor, arbusto de hojas raleadas, revienta con broche incierto a la vera de los caminos pedregosos batida por vientos pendencieros. Es flor trompeta de fuego, huraña flor de altura, flor de barranco, llamarada, grito ‘grito de libertad guarecida en la montaña’ –como diría un maestro cantuteño-. Arrojada de los altares como ornamento y expulsada de las casas señoriales, no es más la luciente coquetería en el ondulante andar de las bellas. Flor degradada, minusválida, herida de muerte en la historia presente…
Pero entonces qué hace como extasiado broche prendida en el frontis de un escudo universitario, hacedora de maestros, en singular contienda con el sol del incario y llameando su roja galanura con lenguetazos de fuego, simbolizadoras de pasiones y heroicidad? Quién la concibió? Educador, poeta, diestro pintor, cura soñador… Quién la dejó así, pinturera, filosofia en ristre con frase tan contundente cincelada en lengua antigua?
Quien haya sido su gestor, tendría alma de liberto, rasgo de pintor, loco soñador, visionario de la historia pasada. Por eso el Sol del Tahuantinsuyo, y de allí el fuego apasionado, y esa señorita flor rescatada de los páramos ripiosos. Señor de otra armadura tal vez hubiera elegido la rosa delicada, la luna en romántico reposo –y en vez del fuego- el oro vil amado por barbudos invasores.”
“ Es la cantuta –según dicen- una flor de leyenda, espectáculo de color, forma y aroma, mimada antiguamente en ritos prodigiosos con presencia del Inca todopoderoso, señor de ríos, valles y bellas recogidas de lo más apartado del Imperio vasto? Flor abarrancada por matojos para soliviantar lanzones de guerra, eternamente cosechadores de gloria y grandeza? Flor para lucimiento de cabelleras trenzadas con esmero, útiles para enardecer lances de amores furtivos?
Puede que sí. Puede que no. Puede ser un río de mentiras o un mar de verdades. Quién sabe.
Pero allá está hoy, ¡mírenla!, diluvio de campánulas en rojo bermellón. Larga, muy larga trompeta de fuego, amarillita flor, rojiblanca, bandera peruana; ya naranja ribete lila y ya es azulenca, ya casi ceniza, ya casi rosa rosada y ya casi me canso tanto nombrar su cambiante faz.
De esa flor de leyenda, hoy queda poco ya de su grandeza. Hoy sólo es flor de barranco, lejos del ceibo y de la amapola, más allá del crisantemo, de la azucena y el gladiolo, la rosa, el pensamiento y el dondiego. Menos que el tulipán y la violeta; ni la mira la aguileña, ni el clavel le sonríe; siemprevivas, alhelíes, más narcisos y camelias y es nada entre azaleas, dalias y magnolias; las pasionarias, el lirio y hasta el mismísimo irupé –huraña flor de fango- la miran de soslayo.
La cantuta flor, arbusto de hojas raleadas, revienta con broche incierto a la vera de los caminos pedregosos batida por vientos pendencieros. Es flor trompeta de fuego, huraña flor de altura, flor de barranco, llamarada, grito ‘grito de libertad guarecida en la montaña’ –como diría un maestro cantuteño-. Arrojada de los altares como ornamento y expulsada de las casas señoriales, no es más la luciente coquetería en el ondulante andar de las bellas. Flor degradada, minusválida, herida de muerte en la historia presente…
Pero entonces qué hace como extasiado broche prendida en el frontis de un escudo universitario, hacedora de maestros, en singular contienda con el sol del incario y llameando su roja galanura con lenguetazos de fuego, simbolizadoras de pasiones y heroicidad? Quién la concibió? Educador, poeta, diestro pintor, cura soñador… Quién la dejó así, pinturera, filosofia en ristre con frase tan contundente cincelada en lengua antigua?
Quien haya sido su gestor, tendría alma de liberto, rasgo de pintor, loco soñador, visionario de la historia pasada. Por eso el Sol del Tahuantinsuyo, y de allí el fuego apasionado, y esa señorita flor rescatada de los páramos ripiosos. Señor de otra armadura tal vez hubiera elegido la rosa delicada, la luna en romántico reposo –y en vez del fuego- el oro vil amado por barbudos invasores.”
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