lunes, agosto 02, 2010

BOMBARDEANDO AL BOMBARDERO CESAR G.


Sobre Bombardero de César Gutiérrez la "crítica" ha sido "generosa y abundante en salamerias. ¿Vale tanto ese libro? ¿O somos propensos a erigir un monumento al papel entintado que rinda homenaje a la nueva narrativa peruana?. No tengo respuesta al momento sólo diré que su lectura me resultó placentera. Hoy espero la opinión de mi hijo de catorce años que está leyendo dicha novela pues tuve la oportunidad de adquirirla en la FIL a 20 soles los dos tomos editados por Norma. Pero hoy, en este blog posteo la opinión de un joven universitario para leer una "impresión de su contenido".


BOMBARDERO: UNA AYUDITA PARA CONVERTIRSE EN KAMIKASE





Debo admitir que antes de leer bombardero, tuve miedo, preguntas como “¿y si no entiendo de qué va?” eran frecuentes mientras juntaba mis luquitas para comprarlo. Además casi todos  los comentarios, reseñas, posts y artículos que habían salido hasta ese momento la calificaban de “novedosa e inabordable”. Pero tampoco tenía ganas de estudiar a un Vargas Llosa o cualquier otra variante mutante por ahí.

Así que cuando saqué los billetes para pagarle a la señora de Quilca, me dije “será pes” y empecé a leerlo en serio y a llenarlo de post-it para no perderme tanto. Apenas pasé algunas páginas en las que obviamente no entendía bien “qué iba sucediendo” igual y no boté el libro al suelo, había “algo”, ese “no sé qué que qué sé yo” que me impedía tirar el libro; quiero hablar de eso (y aquí empieza mi “disque” ensayo), sobre cómo la musicalidad puede llegar a superar lo argumental en un libro de este tipo –porque creo que no se puede aplicar a cualquier libro, ¿o sí?

***

La tan manoseada[1] etiqueta de “novela del lenguaje” (en la que el lenguaje es protagónico y no la trama, ni los personajes) se le ha atribuido a Bombardero en un artículo en el comercio hace ya un par de años.[2] Y si bien al señor Faverón esta clasificación no le parece clara en la literatura, creo que por el momento, al menos como aproximación, está bien; porque de verdad que no se me ocurre otra forma de llamar a este tipo de libros.

Efectivamente, mientras vas leyendo Bombardero te das cuenta que aunque por ratos no entiendas de qué carajos te habla Guiterrez, sabes que lo dice bonito pe. Incluso las bromas de este libro dependen mucho de qué tan abierto estés a los sonidos, por ejemplo cuando habla sobre la combustión espontánea de la forma más, por decirlo de alguna manera, solemne y termina el párrafo con “y eso es todo lo que te espera, a ti, que te crees muy vivo” a uno se le hace inevitable reírse por esa ruptura brutal de la musicalidad de un texto pseudo-científico con la musicalidad de una voz coloquial.[3] [Además de éste, hay otros ejemplos como en el que figura Porky o ¿por qué Osama no usa la nueva Shick?]

Cuando caí en la cuenta de que lo que me mantenía pegado al libro no era lo que me decía en sí, sino cómo me lo decía, puse a prueba esto y cogí un párrafo al azar de una página equis de “Ground zero” y comprobé que era verdad: estaba atrapado por los sonidos de Bombardero en su totalidad. Necesitaba leer con voracidad cada una de sus páginas, no para saber qué pasa o  qué quiere decir “el seguro servidor a prueba de balas”, sino porque necesitaba sentir sus palabras tapando mis ojos y orejas como si se tratase de yogurt fresco. Sí, orejas, porque ya no era suficiente con leerlo en silencio, era también necesario pronunciar y saborear cada palabra.

Obviamente César es consciente de esto, él sabe lo que tiene y nos pone a prueba a partir de Borracho seco (p107) hasta el final de Volaré (en la noventa y seis) y se hace aburrido. Te invade el síndrome de abstinencia, si no te inyectas sonidos puedes llegar a sudar frío. Pero como buen dealer que es, se divierte viéndote metido en la adicción, es su negocio, nada personal; así que te dará más, siempre y cuando estés dispuesto a pagar el precio.

“Tenemos que pensar, lo que se llama pensar, es decir sentir” leí en Rayuela[4], uno de esos libros que hace que no puedas ver con los mismo ojos al resto de libros, de igual forma puedo decir que después de leer Bombardero no se puede volver a leer a un libro así nomás, de alguna manera uno terminará diciendo: “El pata es bueno, pero como que el ‘estilo’ no me convence”. Y es cierto, aunque no todos los autores “consagrados” tienen como fuerte el ritmo (ni están obligados ¿no? (okay, no puedo escribir esa pregunta retórica sin sonreír maliciosamente [nota personal: si tuviera un emoticón con cara de diablito lo colocaría aquí])) igual y tienen cosas qué decir, no los desechemos tan pronto.

Por cierto, no estoy diciendo que no haya entendido Bombardero, porque al final pude captar “de qué iba el libro”, ni estoy haciendo una apología en pro de solo balbucear sin entender,[5] o a favor de los que buscan palabras bonitas en el diccionario para sentirse poetas(¡Ja!),  porque me estaría tirando por tierra grandes libros como “Abaddón, el exterminador”; a lo que voy es a que debemos estar abiertos a la lectura de libros experimentales, que debemos perderle el miedo a los llamados libros “novedosos e inabordables”, no hay por qué subestimarnos y mucho menos leer a autores que nos subestimen.

Además, agregar que, si bien estas “novelas del lenguaje” (de verdad que se me hace graciosa la redundancia) dicen no darle demasiada importancia a la trama y los personajes, y creo que aquí está la confusión a la que el término nos lleva; serían geniales si además de un buen manejo del lenguaje, hubiera la misma destreza en el manejo de la trama y los personajes. Rayuela es uno de estos libros, por nombrar uno.


[1] Novela del lenguaje, sobre un concepto demasiado laxo, Gustavo Faverón, Puente aéreo.
[2] 5 de octubre de 2008; Una gran explosión literaria.
[3] Slow burn, p87
[4] Capítulo 93.
[5] Y mucho menos que Bombardero sea un libro completamente vano, más allá del ritmo.

1 comentario:

80M84RD3R0 dijo...

yo también los leo

abraxas: