El cuento El juego de las letras, logró una mención honrosa en el Concurso Ira. Bienal de Cuentos para Niños, convocado por el ICPNA, el año 2004. Dicho evento estuvo presidido el Dr. Ricardo González Vigil. La autora del cuento ES y SERA la escritora Elvia Bravo Heredia quien presentó dicho cuento con el seudónimo de Cordelia. Sin embargo, el año 2009 6 años después, el mismo cuento, un poco “maquillado” aparece editado bajo el nombre de "El ladron de monosilabos", es decir es “pirateado” por el Sr. Ángel Pérez Martínez, y en el colmo de la desfachatez gana el Concurso Barco de Vapor convocado por la Editorial San Marcos. No hay duda Don Alfredo Bryce tiene seguidores. Para la lectura “sosegada y reflexiva” transcribimos el cuento en su versión ORIGINAL para que lo cotejen con el cuento maquillado
EL JUEGO DE LAS LETRAS
EL JUEGO DE LAS LETRAS
Por: Elvia Bravo Heredia
Matilda se frotaba una y otra vez los ojos para ver mejor. La niña creía que estaba quedándose ciega o algo por el estilo, pero no, no era cuestión de sus ojos, realmente en las páginas de su libro había cada vez más espacios en blanco. Era imposible seguir leyendo; las frases y las palabras estaban incompletas. Encendió su lámpara de mesa y acercó más la carita al libro. Vio entonces que las letras se movían, estaban cobrando vida y muchas de ellas, desprendidas de sus lugares, ya habían empezado a caminar con unos pies pequeñitos como patitas de mosca. Eran las minúsculas que, algo mareadas y sin orientación -pues parecían bebés que recién estaban aprendiendo a caminar-, chocaban entre sí y empujaban a las mayúsculas. Estas, asustadas por el alboroto, se dieron cuenta de que algo extraño estaba pasando con sus hermanas menores.
Pronto, las inquietas minúsculas, especialmente las vocales, fueron adquiriendo seguridad al darse cuenta de que podían mover sus piecezuelos como mejor querían. Así, se pusieron a corretear por todos los espacios vacíos, de arriba para abajo, de abajo para arriba, del centro para afuera y de afuera para el centro. Las mayúsculas también se dieron cuenta de que podían mover los pies y se pararon como pudieron, pues las pequeñas, que no se estaban quietas ni un instante, las atropellaban sin la menor consideración. Algunas consonantes menos avivadas que otras recibían pisotones y empujones sin darse mucha cuenta de lo que estaba sucediendo.
Las más grandes empezaron a preocuparse por los vacíos que iban quedando a sus costados y se pusieron a caminar por entre el desorden para inspeccionar el estado de las cosas, mientras Matilda hojeaba las páginas de su libro rápidamente, para ver si ocurría lo mismo con todas. Comprobó que el alboroto era generalizado. Las vocales y muchas de las consonantes minúsculas estaban correteando de página en página, dejando lugares blancos en unas y manchones en otras. El espectáculo le causó un gran asombro.
Las mayúsculas, después de haber recorrido varias páginas, se dieron cuenta de todo el barullo que habían armado las minúsculas, aprovechando un pequeño descuido de Matilda. Se pusieron muy serias ellas y con las manos en la cintura miraban los espacios que habían quedado en blanco. Algunas consonantes, tímidas y desconcertadas, miraban para todos los lados y al ver que podían ser atropelladas se iban arrinconando en los surcos del libro abierto. No era para menos, las letras amotinadas estaban sin control, hasta se habían atrevido a salir del libro. Muchas bajaron a la mesita de la niña para seguir corriendo y saltando.
Matilda seguía mirando todos los movimientos. Por algunos momentos estuvo desconcertada, pero después se le ocurrió que la situación se estaba poniendo amena, que era gracioso ver cómo muchas de las letras corrían con sus patitas de mosca por las páginas, mientras otras miraban con las manos en la cintura y otras se arrinconaban asustadas. No estaba nada mal el espectáculo, hasta pensó en llamar a su mamá para que ella también se divirtiera, pero dijo “mejor no, talvez se asusta pensando que son bichos… con el miedo que les tiene… es capaz de matar a mis letras con un insecticida”.
Después de un buen rato de pasarlo divertidísimo, cayó en la cuenta de que las movedizas letras podrían echar a perder el cuento que estaba leyendo. “¿Y si se queda incompleto, justo ahora en lo más interesante?”, se preguntó preocupada. Cuando Matilda interrumpió la lectura, no por su propia voluntad, estaba en la parte donde el principito hablaba con la serpiente del desierto desde lo alto de un muro, en el que estaba sentado con las piernas colgando. Le decía a la serpiente ¿Tienes buen veneno? ¿Estás segura de no hacerme sufrir mucho tiempo?
“¿Qué irá a pasar con el principito?, nunca lo sabré si mis letras no regresan a sus lugares”, pensó Matilda. La situación no era para juegos, ella tenía que hacer algo para que no se eche a perder la historia. Había que atraparlas y ponerlas nuevamente en el libro para que se acomoden en sus lugares como buenas letras que eran. Quiso cogerlas por las patitas, pero el intento fue inútil, eran muy escurridizas. Entonces trató de juntarlas poniendo sus manitas en semicírculo, pero las muy vivas empezaron a subírsele por los dedos, como si fueran hormiguitas a las que se les ha hurgado el nido. Las minúsculas correteaban confianzudamente por la suave piel de la niña, recorrían todos sus dedos, las palmas y sus dorsos. Matilda sintió cosquillitas y riendo sacudió las manos, pero las bandidas estaban bien prendidas con sus patitas de mosca y en lugar de caer se le treparon por las mangas.
Al ver que sus traviesas compañeritas habían invadido la chompa de la niña dejando casi todas las páginas vacías, se les ocurrió a las mayúsculas, muy serias ellas, realizar una reunión para tomar medidas de control, pero no lograban entenderse. Se juntaron de una y otra manera para formar frases y oraciones en español, pero era inútil, no podían construir ninguna palabra completa. Intentaron hacerlo en otros idiomas, pero no les ligaba ninguno, ni el alemán, ni el francés, ni el checo; en realidad les faltaban algunas letras que sobraban entre las minúsculas. Estaban descorazonadas, no eran nada sin sus compañeras.
Se pusieron a pensar y pensar, yendo y viniendo por las páginas en blanco, con los brazos cruzados unas, con las manos en los bolsillos otras. Después de unos momentos de vacilación, se les ocurrió tomarse de las manos y fueron formando cadenas. Así se sintieron fuertes, capaces de poner orden. Mirándose unas a otras se hicieron señas para subir juntas a la chompa de Matilda. Llegaron hasta los hombros sin soltarse y desde allí bajaron con impulso. Era curioso ver cómo las cadenas de las mayúsculas empujaban a las minúsculas para abajo, con dirección a la mesita. Matilda no quiso interrumpirlas. Le pareció muy ingeniosa la manera cómo estaban logrando bajar a casi todas. Se inclinó hacia la mesa y para ayudar movió un poco las mangas como sacudiéndolas. Casi todas llegaron, algunas que se quedaron pegadas en las lanas de la chompita bajaron corriendo para alcanzar a las demás, al parecer, les asustaba quedarse aisladas.
Eran muchísimas las letras que caminaban por la mesa y como fueron obligadas a bajar de la chompa, estaban algo enojadas. Entonces, a una de las vocales o, la más osada, se le ocurrió que podían tener otras experiencias, por ejemplo, bajar de la mesa. Sin pensarlo más, se dirigió a una de las esquinas y vio que se podía bajar por la pata de la mesa. Se lanzó, sin más ni más, corre que corre hacia abajo. Al verla, las demás letras minúsculas quisieron hacer lo mismo. Matilda aterrorizada gritó: “¡no!, ¡al suelo no, por favor!, podría pisarlas”. Las mayúsculas, siempre tan razonables, se dieron cuenta del peligro e inmediatamente formaron una cadena en todo el borde de la mesa. De esta manera pudieron contenerlas, salvo a una que otra avivada que pudo escurrirse. La o que había sido la primera en bajar, se dio cuenta de que eran muy pocas las que le habían seguido hasta abajo, nada más una a, una e y otra o, otras pocas estaban prendidas de las patas de la mesa mirando con miedo hacia abajo. Entonces la cabecilla decidió regresar y las demás hicieron lo mismo, para alivio de la niña.
Agotadas por el esfuerzo de poner orden, las mayúsculas quisieron subir a las páginas vacías, pero no lograron hacerlo. Se echaron en la mesa como pudieron y apoyándose unas con otras, sin darse cuenta, así como les viene el sueño a los niños, se fueron quedando dormidas. También las consonantes minúsculas se sintieron extenuadas y fueron durmiéndose poco a poco.
La fiesta seguía para las vocales, que no parecían cansadas para nada. Seguían dando vueltas y vueltas. En cierto momento, cayeron en la cuenta de que no se habían comunicado, ninguna había dicho una palabra hasta ahora; en realidad, todo el alboroto había sido silencioso. Se les ocurrió que hablar entre ellas sería más entretenido; así podrían organizar otro tipo de juegos para continuar con la diversión. Pero... ¡qué decepción!, era imposible entenderse... sólo podían decir a, e, i, o y u. Ellas eran muchas, muchísimas, pero nada más les salía esos sonidos que por sí solos no quieren decir nada.
Entretanto, ya había caído la noche. Realmente, era bastante tarde para Matilda, quien, toda soñolienta, seguía sentada frente a su pequeña mesa, con la cabeza apoyada sobre los bracitos cruzados. Sus ojitos casi cerrados observaban el último intento de las vocales por comunicarse entre sí. Se habían enlazado unas con otras para probar si de esa manera podían decir alguna palabra. Todo lo que les salió fue ae, ai, aei, aue, aeo, eou y otras combinaciones, oiu, oiu, aea, aea, aiu, aiu, que les sirvieron para cantar rondas, hasta que se fueron haciendo cada vez más monótonas y tediosas.
La situación se tornó decididamente aburrida, poco a poco fue perdiendo la emoción de los primeros momentos y, por fin, las letras juguetonas no supieron qué hacer y se recostaron de cualquier manera. Una tras otra fueron cerrando sus ojitos. Era casi la medianoche.
La niña se acostó luego de que todas las letras se habían quedado dormidas. Tenía la esperanza de que a la mañana siguiente todo volviera a la normalidad. Semidormida pensaba que al despertar podría seguir leyendo su cuento como si nada hubiese pasado, "quizá todo esto ha sido un sueño, quién sabe... creo que a esta hora ya todo el mundo duerme, hasta las letras..." Apagó la luz y se acurrucó bajo sus cobijas. Afuera había un silencio casi total.
Las letras de los buenos libros no duermen mucho, deben estar todas en su lugar y muy atentas, porque casi siempre tienen encima los ojos de los lectores que quieren devorar cuentos, poesías, novelas... y las historias tienen que estar vivas. Por eso, a pesar del cansancio que sentían por la jornada alborotada, se despertaron pronto, junto con los ruidos de la madrugada, el ladrido de algún perro, uno que otro motor de carro y las dulces cancioncillas de las aves que sobreviven quién sabe cómo entre las hojas de los árboles llenos de smog de esta gastada ciudad.
Las mayúsculas, todavía confundidas por toda la agitación de la noche, fueron las primeras en despertar, miraban alrededor preguntándose y tratando de recordar cómo es que se había producido tanto desorden. Luego de unos momentos, también las minúsculas empezaron a despertarse. Desperezándose todas ellas con descaro, estiraban una y otra vez las patitas y los bracitos antes de ponerse de pie. Nadie había dormido bien después de la tarumba, todas estaban confundidas y con dolor de cabeza, aunque no sabían bien dónde tenían la cabeza ni cómo era el dolor.
¿Cómo empezó todo?... Se quedaron pensando un buen rato, como cuando las personas se despiertan en un lugar desconocido y tardan para ubicarse. Luego de unos minutos de desconcierto, las letras fueron recordando el viento frío de la tarde anterior, en los momentos en que un raro sol invernal cambiaba el color del cielo gris limeño. Una voz familiar llamó del piso de abajo, ¡Matilda!... y la niña dejó tal como estaba el libro que leía en la mesita, junto a la ventana abierta de par en par, y salió corriendo de la habitación. El viento, cada vez más fuerte y más frío, sacudió las páginas una y otra vez. Las letras sintieron como si las zarandeara un temporal o un oleaje que las llevaba con violencia de un lado a otro, al extremo que se fueron desprendiendo del papel. Las minúsculas, al parecer más livianas que las mayúsculas, fueron las primeras en salirse. Una vez que el viento pasó, cayeron en la cuenta de que podían seguir moviéndose por sí mismas. Al principio estaban muy mareadas y no podían tenerse en pie con facilidad. Después de unos minutos, ya pudieron caminar. Las minúsculas se entusiasmaron pensando en lo divertido que sería correr alguna aventurilla ya que podían desplazarse por sus propios pies, después de todo, ¿por qué tenían que estar quietas todo el tiempo, pegadas al papel y contando el mismo cuento?
Ahora, después de haber conocido el mundo, se dieron cuenta de que había sido divertido hasta cierto punto, pero se pasaron de la raya, por eso cayeron en la monotonía, el cansancio... Además, ¡habían dormido tan mal a la intemperie! Un poco arrepentidas pensaban que nada era mejor que estar en casa, todas juntas y colocadas de manera armoniosa, contando cuentos, historias, relatos, llenos de sabiduría, magia y fantasía, bajo los atentos ojos de alguien y sintiendo la tibieza de las manos que pasan las páginas una y otra vez.
El tiempo siguió su curso y la música de la madrugada fue haciéndose más intensa, entonces las letras decidieron subir al libro y acomodarse en sus lugares para continuar el cuento. Sin embargo, los estragos de la mala noche no les permitían pensar con claridad; no podían rearmar el final de la fantástica historia que estaban relatando. Todavía estaban corriendo de un lado para otro buscando el lugar adecuado, cuando sintieron que Matilda estiró los brazos fuera de sus cobijas. Precisamente hoy, a pesar de que estaba gozando de las vacaciones de medio año, se había despertado más temprano que de costumbre con la ansiedad de comprobar si todo lo que había pasado en su libro fue solo un sueño. Las letras se dieron cuenta de que la niña se estaba levantando rápidamente y, sin más, se dirigía a la mesita. Entonces se colocaron como pudieron, armando las palabras, las frases y oraciones que les parecieron correctas.
Matilda encontró su libro de bolsillo abierto en la página 100, precisamente donde se había quedado. Todo estaba en orden al parecer. “Las letras de mi libro corriendo... ¡qué sueño tan gracioso!”, murmuró, y enseguida continuó con la lectura de su cuento, sin quitar los ojos hasta el final. Todavía era muy temprano cuando cerró el libro. Se sentía muy contenta. “¡Qué bueno, el piloto de aviones mató a la serpiente del desierto y el principito se quedó con él!… Tal vez algún día pueda conocer aquel desierto”. En eso estaba cuando escuchó la voz de su mamá: ¡Matilda!...
1 comentario:
Profesor Jurado. Cómo está. Estoy esperando sus reseñas. La gente lo pide a gritos. Abrazos.
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